Si algo supo llevar a la práctica el dictador Porfirio Díaz a lo largo de su mandato durante más de tres décadas fue la consigna positivista orden y progreso. Entre 1876 y 1910 el México porfirista se modernizó día a día, se pacificó y se iluminó eléctrica y culturalmente.
Motor medular de la industrialización que experimentó México a finales del siglo XIX, el ferrocarril fue el eje en el plan maestro de la dictadura para conectar las zonas fabriles con las fronteras del país. No obstante, la dependencia ante la tecnología inglesa y estadounidense agudizó los niveles de pobreza y explotación a las que fueron sometidas las masas obreras y campesinas. Dada la emblemática importancia del ferrocarril en ese contexto, su presencia como poderoso elemento de la modernidad quedó plasmada junto al Pico de Orizaba, (volcán también conocido como La Malinche) por el gran maestro José María Velasco en su obra La cañada de Metlac, óleo dedicado por el artista a don Porfirio en 1897
Hacia 1905 la hidroeléctrica de Necaxa comenzó a surtir energía y luz a la ciudad de México, siendo la primera en toda América Latina. En lo sucesivo, los faroles nocturnos y el tranvía en las calles de la capital, los kioscos y las exhibiciones de cine, la ópera en el palacio de las Bellas Artes, y hasta el automóvil para la catrina sociedad porfirista, renovaron las costumbres, la moda y el modus vivendi citadinos.
Con motivo del primer centenario de la Independencia para 1910, don Porfirio había confiado previamente al arquitecto italiano Amado Boari la construcción de magnas obras como el Palacio de las Bellas Artes y el Edificio de Correos, conforme los suntuosos estándares del Art nouveau, vanguardia decorativa francesa de la época. Mármoles neoclásicos y estatuas mitológicas, gárgolas neogóticas, estructuras en hierro y decorados exuberantes, e innovaciones tecnológicas como el elevador o el reloj -importado de Alemania- en la torre principal del Palacio postal, incluso, claro, la iluminación eléctrica en ambos recintos, elementos que despertaron la profunda admiración en el común de los capitalinos y, sin duda, entre los científicos del gabinete porfirista.
En contraposición, pero conforme a la misma tendencia modernizadora, desde 1900 fue erigido el penal de Lecumberri a las afueras de la capital. El palacio negro fue un proyecto carcelario basado en el modelo panóptico con traza radial y una elevada torre central, tipo minarete, diseño del constructor inglés Jeremías Bentham. Se trata, pues, de una prisión de máxima seguridad de estilo neoclásico y capacidad para casi mil reos, aunque sobresaturada con más de 3 mil, pocos años después. En las mazmorras de Lecumberri nunca hubo privacidad ni higiene, como tampoco trato humano para sus residentes. La modernidad ambicionada por el régimen porfirista siempre fue rebasada por la crudeza de sus contradicciones políticas y sociales.
Con el progreso industrial y cosmopolita de la nación, surgió la inconformidad dialéctica de la clase trabajadora mexicana, el sindicalismo y la oposición gremial y política. En 1900 se llevó a cabo un congreso liberal en San Luis Potosí en el que se incubaron numerosos clubes en defensa de las viejas reformas y la Constitución de 1857, pero también, de las nuevas demandas laborales como el salario y la cancelación del trabajo infantil. En ese México bárbaro –parafraseando al periodista John Kennet Turner- se practicaban variantes de la esclavitud como el sistema de raya, los capataces, el trabajo forzado, y se improvisaron verdaderos campos de concentración en donde cientos de obreros y campesinos estaban confinados de por vida para generar, con el sudor de su frente, la abundancia productiva de la que manaban los lujos de la élite porfirista, como la moda parisina.
En 1905 surgió el Partido Liberal Mexicano integrado por activistas radicales como Ricardo Flores Magón, Juan Sarabia y Camilo Arriaga. Al radicalizarse el PLM por la influencia anarcosindicalista y socialista, se asumió como un órgano promotor de la insurrección, tanto en México como en Estados Unidos. En un país en el cual de cada diez habitantes más de ocho no sabían leer ni escribir, el semanario Regeneración ejercía desde 1900 fuerte crítica en contra de la dictadura, sus excesos y sus corruptelas. Aquel fue un periodo de auge para la actividad editorial y periodística de oposición, expresión de una cultura de protesta que derivó progresivamente en un movimiento antireeleccionista.
La dictadura porfirista culminó dramáticamente en 1910, al estallar la Revolución. Fue un año histórico en toda la extensión de la palabra pues, además de reabrirse la Universidad de México, se realizaron las elecciones presidenciales y se perpetró la última reelección porfirista, a pesar de la nutrida presencia de un movimiento de oposición antirreeleccionista. En septiembre de ese año se inauguró la columna de la Independencia –obra a cargo de Antonio Rivas Mercado- y se realizaron verbenas populares y actos conmemorativos al cumplirse el primer centenario de la emancipación. Adicionalmente, el paso del cometa Halley desató inquietudes, temores y presagios colectivos, en contraste con la pretendida cientificidad positivista del régimen. En noviembre estalló finalmente la gesta armada impulsada por Francisco I. Madero al frente del Plan de San Luis.
Los temas expuestos a través de estos comentarios forman parte del temario en los materiales de estudio para los exámenes de ingreso tanto a nivel bachillerato como universitario. Si tú piensas prepararte en alguno de esos procesos de selección, además de interesarte por el México porfirista y sus contrastes, deberás estudiarlos de forma estratégica.
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