En la memoria histórica se construyen y anidan figuras, hechos y circunstancias que, a través del tiempo, cada generación va recreando y otorgándoles viejos o nuevos significados. En una perspectiva histórica la curvatura espacio-temporal puede ocasionar que un suceso o un personaje adquiera un valor simbólico distinto al que previa u originalmente poseía; puede, incluso, distorsionarse o sublimarse a la vista de la opinión pública.
En 1799, un artesano que trabajaba en un taller textil ubicado en el condado de Leicestershire, Inglaterra (Reino Unido), rompió dos telares de una fábrica donde rendía su jornada laboral. El nombre de este trabajador era Ned Ludd, y hasta el día de hoy se duda si lo hizo accidental o intencionalmente. Pero dicha anécdota fue el origen de un mítico líder proletario al que se le adjudica el movimiento ludista en protesta contra la maquinización fabril. Podemos definir ese acontecimiento como el momento cero del brote ludista.
El movimiento ludista cobró su apogeo entre 1811 y 1816 por vez primera. Para entonces Ned Lud ya encarnaba el encono de la clase obrera inglesa frente a la explotación de la época; convertido en leyenda, o una especie de figura literaria, personificaba en forma hiperbólica la capacidad de dicho sector para movilizarse y presionar al patrón; al burgués gentil hombre. De esta forma, el ludismo se manifestó con más intensidad a partir de 1811 en numerosas factorías inglesas y de una manera expansiva y extremista, puesto que se oponían a la maquinización de la economía, replicando así a Ned Lud mediante la destrucción de las instalaciones fabriles. Se culpaba a las máquinas como causantes del desempleo masivo y de los padecimientos que sufría la clase trabajadora en sus condiciones de vida.
Las demandas ludistas eran las siguientes:
Frecuentemente la estrategia empleada por obreros ludistas fue la carta escrita en tono enérgico y sazonada con amenazas. Escrita en nombre de Ned Ludd, esa carta tenía por destinatario al dueño de la factoría para reclamar beneficios laborales. Se le advertía al patrón sobre una próxima acción para dañar la infraestructura de su fábrica, una verdadera extorsión, supuestamente adjudicada a la firma del mítico Ludd, o con alguna otra variante nominativa como Peter Plush, King Ludd, Mister Pistol, Lady Ludd, etcétera.
Durante las siguientes décadas hubo nuevas manifestaciones ludistas en Inglaterra y otras partes de Europa. Francia, Bélgica, Alemania y España se vieron bajo el efecto ludista entre 1816 y 1835. Justo es aclarar que, además del ludismo, la organización laboral se manifestaba a través de otras expresiones de lucha, más coherentes y menos violentas. En todo caso, el ludismo fungía como una catarsis sin pies ni cabeza, pues sus métodos extremistas le restaban puntos, a un siendo legítimas sus demandas.
Surgió como un movimiento civil y laborista en defensa tanto de derechos como el sufragio universal, la educación laica y la pluralidad parlamentaria, así como de exigencias en favor de la clase obrera, por ejemplo, el derecho de huelga. El movimiento cartista debe su nombre al sistemático envío de cartas al parlamento inglés para promover esas demandas, y logró, entre otros cambios, la abolición de la esclavitud en colonias inglesas. Cierto, el ludismo y el cartismo tenían en común sus causas laboristas y el empleo de la carta, pero el primero la usó para extorsionar a los patrones de las fábricas, mientras que el segundo, como un instrumento de presión ciudadana, la llamada carta del pueblo en 1839.
Este movimiento radicó en promover la unidad y la cohesión del gremio obrero a través de los llamados "trade unios" (sociedades mutualistas) para conquistar derechos laborales como son: el salario mínimo, la jornada laboral de ocho horas, el contrato colectivo o el seguro social. Desde 1824, el sindicalismo logró su pleno reconocimiento ante las leyes inglesas, y para finales del siglo XIX ya se había instituido la rama del derecho sindical. En contraposición, el ludismo siempre se mantuvo en la clandestinidad y jamás alcanzó logros ni reconocimiento formal.
Fue, por su parte. una idea compatible con el sindicalismo y con el socialismo utópico. Sin alterar el orden legal, ni incurrir en actos violentos, el cooperativismo consistía en establecer fábricas de propiedad colectiva pertenecientes a todos los obreros de un mismo sindicato. Entre los más relevantes promotores del cooperativismo, Robert Owen trascendió como un activista social orientado por su método humanista y pacifista, y fundó varias industrias cooperativas que resultaron competentes y productivas. Hasta la fecha subsisten las cooperativas en todo el mundo y se acoplan muy bien a los estándares neoliberales de la economía global.
El ludismo se extinguió desde mediados del siglo XIX, pues sus fundamentos resultaron históricamente fallidos:
El Socialismo científico fue otra corriente de acción social proletaria con sustento teórico y método de lucha, una propuesta más radical que el ludismo pero menos extremista, pues no justifica la violencia como finalidad ni pretende destruir las fábricas. Lo que el Socialismo científico plantea es la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, no su destrucción. Por ese motivo logró transformar la historia y dio origen a los sistemas socialistas del siglo XX.
Temas como el ludismo resultan siempre de gran interés para todos, pues los derechos laborales y el empleo representan factores de bienestar y crecimiento. Pero los estudiantes que aspiran ingresar al bachillerato o a una licenciatura en la UNAM o en la UAM, por ejemplo, deben considerar al ludismo como un tema significativo que suele preguntarse en sus exámenes de ingreso.
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